Sin embargo, en vez de encontrar a un hombre santo, pacífico y tranquilo, como reflejo de la sabiduría, nuestro protagonista entró en una sala y vio una actividad inmensa: mercaderes que entraban y salían, personas conversando en los rincones, una pequeña orquesta que tocaba melodías suaves, parejas bailando en el gran salón y una mesa repleta de los más deliciosos manjares de aquella región del mundo. El sabio conversaba con tod@s, y el joven tuvo que esperar, en silencio y sin interrumpir, dos horas para que lo atendiera.
El sabio escuchó atentamente el motivo de su visita, pero le dijo que en aquel momento no tenía tiempo de explicarle el secreto de la felicidad. Le sugirió que diese un paseo por su palacio y volviese dos horas más tarde.
-Pero quiero pedirte un favor- añadió el sabio entregándole una cucharita de té en la que dejó caer dos gotas de aceite- Mientras caminas, lleva esta cucharita y cuida que el aceite no se derrame.
El joven comenzó a subir y bajar las escalinatas del palacio manteniendo siempre los ojos fijos en la cuchara, muy atento, solo tenía ojos para intentar realizar con impecable perfección lo que le habían encomendado. Pasadas las dos horas, retornó a la presencia del sabio.
-¿Qué tal?- preguntó el sabio- ¿Viste los tapices de Persia que hay en mi comedor?
-No…- Contestó el joven cabizbajo
-¿Viste el jardín que el Maestro de los Jardineros tardó diez años en crear?
-No me asomé a las ventanas…
-¿Reparaste en los bellos pergaminos de mi biblioteca?
-No pude pararme a leer… – El joven avergonzado, confesó que no había visto nada, su única preocupación había sido no derramar las gotas de aceite que el Sabio le había confiado.
Pues entonces vuelve y conoce las maravillas de mi mundo -dijo el Sabio-. No puedes confiar en un hombre si no conoces su casa.
Ya más tranquilo, el joven tomó nuevamente la cuchara y volvió a pasear por el palacio, esta vez mirando con atención todas las obras de arte que adornaban el techo y las paredes, vio los jardines, las montañas a su alrededor, la delicadeza de las flores, ¡todo era hermoso! vio también el esmero con que cada obra de arte estaba colocada en su lugar, los tapices finamente hilados, leyó y releyó increíbles poemas y relatos.
De regreso a la presencia del Sabio, le relató detalladamente y hasta con entusiasmo todo lo que había visto.
-¿Pero dónde están las dos gotas de aceite que te confié? -preguntó el Sabio-.
El joven miró la cuchara y se dio cuenta que las había derramado y una punzada de ansiedad le recorrió la columna pensando que no lo había hecho bien, anticipando el rechazo del sabio por haber derramado sus gotas…
Pues éste es el único consejo que puedo darte – le dijo – El secreto de la felicidad, de la vida, de la tranquilidad, está en mirar todas las maravillas del mundo, en mirar lo que sucede a tu alrededor, en explorar y en conocer, pero sin olvidarse nunca de las dos gotas de aceite en la cuchara.
En este cuento esta la enseñanza del sello del Mono del Tzolkin.
Te agradezco la difusión de este blog y de su contenido entre tus conocidos. ¡Gracias!.
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