Apenas conocía algo de medicina, aunque se llamaba igual que el dios de la Medicina y la curación. Esculapio era un humilde labrador y tenía una pequeña granja en las afueras de Atenas.
Su compañero de grandes charlas estaba siendo acusado de despreciar a los dioses y corromper la moral de la juventud. Él había aprendido mucho de Sócrates y si bien no tenía la facilidad de escribir como Platón, sabía todo sobre dialéctica y también sobre la retórica de los sofistas.
Le trajeron la mala noticia de que Sócrates había sido condenado a la pena de muerte y el mensajero agregó:
Esculapio se quedó pensando, expectante.
-Seguro me dejó un escrito con una nueva alegoría.
Se rascó la cabeza mientras elucubraba:
-Estoy intrigado. A veces charlábamos varias horas y no creo que hubiera ideado algo nuevo.
Su mente era un torbellino. Su expectativa, apenas contenida.
-Recuerdo que en una de las charlas profundizamos sobre retórica y él la definía como la contraparte de la dialéctica, pero ambas están estrechamente relacionadas con el saber.
Horas más tarde Esculapio vio a lo lejos la figura del anciano. Se acercó a él caminando rápidamente y con avidez preguntó:
-¿Qué traes para mí?
Critón lo miró a los ojos, respondiendo:
-Un gallo. -Y se lo dio-.
Esculapio cogió al ave y recordó que meses atrás le había prestado uno al gran filósofo.
Le agradeció a Critón y se fue meditando hacia su casa.
-¡Jamás me hubiera imaginado que pagaría tan pequeña deuda! Yo me imaginaba que me dejaría algunos escritos, sin caer en la cuenta de que Sócrates rechazaba dejar algo que no fuera su palabra. ¡Sus conocidos no van a entender nada!
Y Esculapio se fue alejando hacia la granja, con el gallo bajo el brazo.
En este cuento esta la enseñanza del sello del Viento del Tzolkin.
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