El hombre se ponía la máscara y se entretenía acosando repentinamente a la gente y observando sus reacciones. A veces la máscara estaba riendo, a veces llorando, a veces haciendo muecas y frunciendo el ceño. Sus víctimas siempre quedaban impactadas al ver una cara tan extraordinaria, antinatural y desconocida, aun cuando estuviese sonriente. Pero para él no hacía ninguna diferencia que ellos se rieran o lloraran. Todo lo que quería era la excitación de sus reacciones. Sabía que era él mismo detrás de la máscara. Sabía que él era el bromista y ellos el objeto de la broma.
Al principio, salía por un rato con la máscara puesta, un par de veces al día. Luego, como se acostumbró a la excitación y quería más, empezó a dejarse la máscara todo el día. Finalmente, no viendo la necesidad de sacársela para nada, dormía con ella puesta.
Durante años, el hombre anduvo errante por la tierra, disfrutando detrás de la máscara. Hasta que un día se despertó con un sentimiento que nunca había sentido antes: se sentía solo, separado, algo le faltaba.
Se levantó bruscamente, alarmado, y se paró frente a una hermosa mujer, e inmediatamente, se enamoró de ella. Pero la mujer dio un alarido y salió corriendo, impactada por el rostro aterrador y desconocido.
“¡Deténte! ¡Yo no soy esto!”, gritó él, retorciendo la máscara para arrancársela.Pero era él. La máscara no salía. Estaba pegada a su carne. Se había vuelto su rostro. Este hombre, por medio de su máscara fabulosa, fue la primera persona que entró a este mundo infeliz.
Pasó el tiempo. Por más duramente que trató de decirles a todos el desastre que se había causado a sí mismo, nadie le creía. Y, de todos modos, nadie estaba interesado en escucharlo porque todos lo habían copiado. Todos se habían puesto sus propias máscaras para lograr la nueva excitación de jugar a ser lo que no eran. Al igual que él, todos se habían vuelto la máscara.
Pero ahora, algo peor había sucedido. No sólo se habían olvidado de la broma y el bromista sino que también se habían olvidado de cómo vivir alegremente, como el ser detrás de la máscara.
Cómo fue que el hombre, con el tiempo, puso un punto final a la mascarada y volvió a su ser dichoso, es el final de la historia, porque todas las fábulas deben tener un final feliz. Sin embargo, solamente cuando tú, estés alegre y libre de infelicidad ahora (que es en cualquier momento) la historia terminará verdaderamente. Porque tú eres el hombre o la mujer con la máscara.
Necesitamos una emoción fuerte que nos abre de golpe el consciente, para darnos cuenta de que hemos enterrado tan a fondo las emociones que salir de ellas significa no tratar de convencer a los demás sino trabajar por volver a recuperar nuestra esencia a través de la sanación de nuestras heridas.
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