Los hermanos de Chechu fueron abandonando la casa familiar para buscar trabajo en otro lugar y formar su propia familia y Chechu se quedó solo con sus padres ya ancianos. En cuanto Chechu se dio cuenta de que le iba a tocar trabajar porque sus hermanos no estaban y sus padres eran mayores decidió que él también quería irse de casa.
Así que Chechu cogió una carreta llena de paja y unas gallinas para vender y se fue.
-Con mis encantos y mi labia conseguiré lo que quiera de los demás, como he hecho siempre con mis hermanos y mis padres -pensaba Chechu mientras dejaba atrás su casa.
Era verano y hacía buen tiempo. Los caminos estaban repletos de personas de las que Chechu sacaba fácilmente todo lo que necesitaba. Cuando llegaba a alguna aldea, Chechu se las ingeniaba para que la gente le invitara a comer o a pasar la noche. Todo iba viento en popa para el joven Chechu.
Pero el invierno llegó. Los caminos ya no estaban tan transitados. Solo había maleantes y ladrones que se escondían para atacar a los pocos viajeros que se atrevían a salir en esos días. Esos ladrones le robaron a Chechu todo lo que tenía.
Ya sin nada, Chechu intentó buscar refugio en algún pueblo, pero nadie le abría la puerta, pues creían que era un ladrón o algo peor.
Chechu consiguió colarse en un pajar y esconderse allí durante el día. Por la noche salía a buscar entre los restos algo de comer, y volvía antes de que lo descubrieran.
Un día el propietario del pajar lo vio, pero no dijo nada. Lo observó durante días hasta que una mañana decidió ir a visitarlo.
-Hola, joven -dijo el hombre-. Te traigo unas gachas calentitas para desayunar. Seguro que estás hambriento.
-No sé qué pretenderá, señor, pero no tengo nada -dijo Chechu.
-Soy el dueño del pajar y hace días que te observo -dijo el hombre.
-El vago aventuro, siento haberle molestado, señor -dijo Chechu-. No hace falta que avise al guardia, ya me voy.
-No, no te vayas -dijo el hombre-. Puedes quedarte aquí el tiempo que quieras, a cambio de algo.
-No tengo dinero -dijo Chechu.
-Pero tienes manos, tienes unos brazos fuertes y unas buenas piernas -dijo el hombre-. Trabaja para mí y podrás quedarte en la casa el tiempo que quieras.
Por un momento Chechu pensó que podría volver a vivir del cuento. Pero entonces se acordó de lo mal que lo había pasado durante las últimas semanas y decidió que esta vez trabajaría bien.
Chechu trabajó duro todo el invierno y, cuando llegó el verano, volvió a casa de sus padres. Les dio todo lo que había ahorrado y se quedó con ellos a cargo de la granja.
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