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PARA TU INTERES

30/4/18

CUENTO "LO MALO ATRAE PERO LO BUENO PERDURA" con vídeo

Hace mucho tiempo vivía un hombre bondadoso. Él tenía bienes en abundancia y muchos esclavos que le servían. Y ellos se enorgullecían de su amo diciendo:
"No hay mejor amo que el nuestro bajo el sol. Él nos alimenta y nos viste, nos da trabajo según nuestras fuerzas. Él no obra con malicia y nunca nos dice una palabra dura. Él no es como otros amos, quienes tratan a sus esclavos peor que al ganado: los castigan si se lo merecen o no, y nunca les dan una palabra amigable. Él desea nuestro bien y nos habla amablemente. No podríamos desear una mejor vida."

De esta manera los esclavos elogiaban a su amo, y el Diablo, sabiendo esto, estaba disgustado de que los esclavos vivieran en tanta armonía con su amo. El Diablo se apoderó de uno de ellos, un esclavo llamado Aleb, y le ordenó que sedujera a sus compañeros. Un día, cuando todos estaban sentados juntos descansando y conversando de la bondad de su amo, Aleb levantó la voz y dijo:
"Es inútil que elogien tanto las bondades de nuestro amo. El Diablo mismo sería bueno con nosotros, si hicieramos lo que el quiere. Nosotros servimos bien a nuestro amo y lo complacemos en todo. Tan pronto como él piensa en algo, nosotros lo hacemos: nos adelantamos a sus deseos. ¿Cómo puede tratarnos mal? Probemos como sería, si en lugar de complacerlo le hicieramos algún daño. El actuará como cualquier otro y nos devolverá daño con daño, como el peor de los amos haría."

Los otros esclavos comenzaron a discutir lo que Aleb había dicho y al final hicieron una apuesta. Aleb debía hacer enojar al amo. Si él fracasaba perdería su traje de fiesta; pero si tenía éxito, los otros esclavos le darían a Aleb los suyos. Además, él prometió defenderlos contra el amo y liberarlos si ellos eran encadenados o enviados a prisión. Habiendo arreglado la apuesta, Aleb estuvo de acuerdo en hacer enojar al amo la mañana siguiente.

Aleb era quien se encargaba de cuidar al ganado, y tenía a su cargo una cantidad de valiosos carneros de raza, de quienes el amo estaba muy orgulloso. A la mañana siguiente, cuando el amo trajo algunos visitantes al recinto de los animales para mostrales un valioso carnero, Aleb guiñó un ojo a sus compañeros y les dijo:
"Miren ahora como haré para enfurecerlo."

Todos los esclavos se reunieron, mirando algunos por la puerta y otros por sobre la cerca, mientras el Diablo trepaba a un árbol cercano para mirar cómo hacía su sirviente el trabajo. El amo caminó en el recinto, mostrando a sus invitados las ovejas y los corderos, pero deseando poder mostrarles su más fino cordero.

"Todos los corderos son valiosos", dijo, "pero tengo uno con los cuernos torcidos, que es inapreciable. Lo estimo como si fuera la luz de mis ojos."

Asustado por los extraños, el carnero corría en el recinto, por lo tanto los visitantes no podían ver con claridad al cordero. Tan pronto como se paraba, Aleb asustaba a las demás ovejas como por accidente, y ellas comenzaban a mezclarse nuevamente. Los visitantes no podían saber cuál era el animal preferido. Al final el amo se sintió cansado de todo eso.

"Aleb, querido amigo," dijo, por favor agarra nuestro mejor carnero para mí, el único con los cuernos torcidos. Agárralo cuidadosamente y sostenlo quieto por un momento."

Apenas el amo había dicho eso, cuando Aleb se precipitó entre las ovejas como un león, y agarró al valioso carnero. Lo tomó por la lana, y luego lo agarró por la pata trasera izquierda, y ante los ojos de su amo se la torció bruscamente hasta que un ruido seco sonó. Él había roto la pata del carnero por debajo de la rodilla. Entonces Aleb lo tomó por la pata trasera derecha, mientras el animal balaba. Los visitantes y los esclavos exclamaron un grito, y el Diablo, sentado en el árbol, se regocijaba de lo bien que Aleb había realizado la tarea. El amo se puso más negro que el trueno, frunció el ceño, agachó la cabeza, y no dijo una sola palabra. Los visitantes y los esclavos estaban en silencio también, esperando ver qué sucedería después. Luego de un rato de silencio, el amo se estremeció como si se sacudiera algo de encima. Entonces él levantó su cabeza, y elevó su vista al cielo, permaneciendo así durante un instante. Las arrugas de su rostro desaparecieron, y con una sonrisa miró a Aleb y le dijo:
"¡Oh, Aleb, Aleb! Tu amo te ordenó que me hicieras enojar; pero mi amo es más fuerte que el tuyo. Yo no estoy enojado contigo, pero haré algo para enojar a tu amo. Tú temes que te castigaré, y has estado deseando por tu libertad. Debes saber Aleb, que no te castigaré; pero como tú deseas ser libre, aquí frente a mis invitados, yo te otorgo tu libertad. Ve donde desees, y lleva contigo tu traje de fiesta."

Y el buen amo regresó a la casa junto a sus invitados; pero el Diablo, rechinando sus dientes, cayó del árbol, y se hundió en la tierra.
1885




Desde mi verdad y con todo mi respeto este cuento habla de comunicación. Habla de una intención clara de mejorar en la vida y sin embargo enfoca su atención en la parte oscura de su alma atrayendo hacia ese reflejo a otras personas y haciendo lo que le dictaba el diablo.
En la vida somos esclavos de muchas cosas y emociones y en este caso su amo es el que necesita. Y cómo el amo vio su buena intención, le regalo su tan ansiada libertad. Haciéndose así dueño y señor de su vida en total libertad para asumir ahora en total libertad, las consecuencias de sus acciones: su mayoría de edad o período de adulto para llegar a ser sabio.
Creo así mismo, que este cuento puede hablar de la relación padre e hijo en su rebeldía con la autoridad y cómo lo prohibido atrae para utilizarlo en contra para liberarse de las ataduras  Me encanta porque el amo le da la tan importante libertad para que asuma su vida y le tiende la mano sin castigarle. La mejor enseñanza es el amor y la comunicación amorosa es fundamental. 

En este cuento está la enseñanza de la energía del sello del Viento del Tzolkin (calendario 13 lunas).

Desde el Tolzkin en todo este año 2018, estaremos influenciados por la energía de transformación creativa de la noche, sino leíste el cuento de esta energía aquí te dejo el enlace para que lo leas (pincha aquí para leerlo)

Desde mi verdad y con todo mi amor y respeto. 

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FUENTES
AUTOR: León Tolstói

29/4/18

CUENTO "EL GATITO" con vídeo

Eranse dos hermanitos, chico y chica, llamados Vasia y Katia. Tenían los hermanitos una gata. Al llegar la primavera, la gata desapareció. Los niños la buscaron por todas partes, pero no lograron encontrarla. Una buena mañana, los chicos estaban jugando cerca del granero y oyeron sobre sus cabezas unos maullidos muy finos. Vasia subió por la escalera a la techumbre del granero. Katia le preguntaba sin cesar desde abajo:
“¿La has encontrado? ¿La has encontrado?”

Vasia no le respondía. Pero, por fin, gritó:
— ¡La encontré! Es nuestra gata... Tiene gatitos. Son preciosos. ¡Sube en seguida!
Katia fue a casa en una corrida, tomó un platillo de leche y lo llevó a la gata.
Los gatitos eran cinco. Cuando hubieron crecido un poco y salían ya de debajo del ángulo de la techumbre en que habían nacido, los chicos eligieron a uno de ellos, pardo con calzas blancas, y lo llevaron a casa. La madre repartió a las vecinas los demás gatitos y consintió que los chicos se quedaran con el gatito pardo. Los niños le daban de comer, jugaban con él y, cuando se acostaban, lo subían a la cama.

Un día, los chicos fueron a jugar al camino y llevaron consigo al gatito.
El viento arrastraba la paja que había en el camino, el gatito jugaba con ella, y los chicos lo contemplaban muy regocijados. Luego encontraron cerca del camino acederas, se pusieron a recogerlas y se olvidaron del gatito.

De pronto oyeron que alguien gritaba muy fuerte:
“¡Atrás, atrás!”, y vieron que se acercaba al galope un cazador precedido por dos perros, que habían visto al gatito y querían atraparlo. Pero el tontuelo del gatito, en vez de escapar, se agazapó, arqueó el lomo y se puso a mirar a los perros. Katia se asustó de los canes y, dando un grito, se alejó corriendo. Pero Vasia se lanzó a todo correr hacia el gatito y llegó a donde se había agazapado al mismo tiempo que los perros. Estos querían atrapar al gatito, pero Vasia se echó sobre él y lo tapó con su cuerpo.

Llegó al galope el cazador y espantó a los perros. Vasia llevó al gatito a casa y no volvió a sacarlo al campo.




Desde mi verdad y con todo mi respeto este cuento nos habla de la protección dedicada a servir a los demás que de manera innata el bebé gato siente su león interno y quiere hacer sentir su liderazgo a los que le atacan y aunque pudiera parecer un poco payaso en realidad da una imagen de fuerza vital increíble a pesar de su corta edad.

En este cuento está la enseñanza de la energía del sello del Dragón Tzolkin (calendario 13 lunas).

Desde el Tolzkin en todo este año 2018, estaremos influenciados por la energía de transformación creativa de la noche, sino leíste el cuento de esta energía aquí te dejo el enlace para que lo leas (pincha aquí para leerlo)

Desde mi verdad y con todo mi amor y respeto. 

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FUENTES
AUTOR: Leon Tolstói

ANTIGUA BENDICIÓN NAHUATL con vídeo

"Yo libero a mis padres de la sensación de que han fallado conmigo...
  Yo libero a mis hijos de la necesidad de traer orgullo para mí, que puedan escribir sus propios caminos de acuerdo con sus corazones, que susurran todo el tiempo en sus oídos...
⠀Yo libero a mi pareja de la obligación de completarme. No me falta nada, aprendo con todos los seres todo el tiempo...
⠀Agradezco a mis abuelos y antepasados que se reunieron para que hoy respire la vida...
  Los libero de las fallas del pasado y de los deseos que no cumplieron, conscientes de que hicieron lo mejor que pudieron para resolver sus situaciones dentro de la conciencia que tenían en aquel momento...           Yo los honro, los amo y reconozco inocentes...
  Yo me desnudo el alma delante de sus ojos, por eso ellos saben que yo no escondo ni debo nada, más que ser fiel a mí mism@ y a mi propia existencia que, caminando con la sabiduría del corazón, soy consciente de que cumplo mi proyecto de vida, libre de lealtades familiares invisibles y visibles que puedan perturbar mi Paz y Felicidad, que son mis únicas responsabilidades.
⠀Yo renuncio al papel de salvador, de ser aquel que une o cumple las expectativas de los demás...
⠀Aprendiendo a través y sólo a través, del AMOR... bendigo mi esencia, mi manera de expresar, aunque alguien no me pueda entender.
  Yo me entiendo a mí mism@, porque sólo yo viví y experimenté mi historia; porque me conozco, sé quién soy, lo que siento, lo que hago y por qué lo hago.
  Me respeto y me apruebo.
  Yo honro la Divinidad en mí y en ti... Ahora quedamos libres para amarnos
Les Amo/les acepto en mi vida y experiencia de vida".
Gracias, Gracias, Gracias

(Antigua bendición Nahuatl, escrita en el siglo VII en la región central de México, que trata de perdón, cariño, desapego y liberación.)


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FUENTES
AUTOR: Pueblo NAHUATL. Antigua bendición Nahuatl, escrita en el siglo VII en la región central de México, que trata de perdón, cariño, desapego y liberación.

28/4/18

PARÁBOLA DE LOS 2 CIMIENTOS

En la Biblia encontramos las parábolas que se pueden considerar cómo cuentos. Aquí tenemos la parábola de los dos cimientos de Lucas 7:46-49


¿Por qué me llaman ustedes “Señor, Señor”, y no hacen lo que les mando hacer?
Les voy a decir como quién es el que viene a mí, y oye mis palabras y las pone en práctica:
Es como quien, al construir una casa, cava hondo y pone los cimientos sobre la roca. En caso de una inundación, si el río golpea con ímpetu la casa, no logra sacudirla porque está asentada sobre la roca.

Pero el que oye mis palabras y no las pone en práctica, es como quien construye su casa sobre el suelo y no le pone cimientos. Si el río golpea con ímpetu la casa, la derrumba y la deja completamente en ruinas.

Desde mi verdad y con todo mi respeto está parábola habla de la fortaleza de espíritu de quién tiene fe en Dios (indistintamente de que religión profeses). Es así cómo aquellas tormentas que llegan a mi vida me cogen con fortaleza para que mi amor por Dios y a la vida que hay en mi y que me rodea sea la que me nutre y hable de mi amor interno para ser el creador de lo que siento dejando a Dios ser el creador de las situaciones que me da las situaciones para aprender, crecer y evolucionar para avanzar hacia la misión de mi vida.

En este cuento está la enseñanza de la energía del sello del Dragón Tzolkin (calendario 13 lunas).

Desde el Tolzkin en todo este año 2018, estaremos influenciados por la energía de transformación creativa de la noche, sino leíste el cuento de esta energía aquí te dejo el enlace para que lo leas (pincha aquí para leerlo)

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FUENTES
AUTOR: Discípulos de Jesús, Mateo y Lucas  

27/4/18

CUENTO "LA MANZANITA"


Cuando llegaron las grandes, olorosas y sonrosadas manzanas del Norte, la Manzanita criolla se sintió perdida.
—¿Qué voy a hacer yo ahora –se lamentaba–, ahora que han llegado esas manzanas extranjeras tan bonitas y perfumadas? ¿Quién va a quererme a mí? ¿Quién va a querer llevarme, ni sembrarme, ni cuidarme, ni comerme ni siquiera en dulce?
La manzanita criolla se sintió perdida... 

La Manzanita se sintió perdida, y se puso a cavilar en un rincón. La gente entraba y salía de la frutería. Manzanita les oía decir:
— ¡Qué preciosidad de manzanas! Déme una.

— Déme dos.

— Déme tres.

Una viejecita miraba con codicia a las brillantes y coloreadas norteñas; suspiró y dijo:
— Medio kilo de manzanitas criollas, marchante; ¡que no sean demasiado agrias, ni demasiado duras, ni demasiado fruncidas!

La Manzanita se sintió avergonzada, y empezó a ponerse coloradita por un lado, cosa que rara vez le sucedía.

Y las manzanas del Norte iban saliendo de sus cajas, donde estaban rodeadas de fina paja, recostadas sobre aserrín, coquetonamente envueltas en el más suave papel de seda. Habían sido traídas en avión desde muy lejos, y todavía parecían un poco aturdidas del viaje, lo que las hacía aún más apetitosas y encantadoras.

— A mí me traen en sacos, en burro, y después me echan en un rincón en el suelo pelado… –cavilaba Manzanita, con lágrimas en los ojos, rumiando su amargura.

Estaba cada vez más preocupada. Aunque a nadie había dicho palabra de sus tribulaciones, las otras frutas, sus vecinas, veían claramente lo que le pasaba; pero tampoco decían nada, por discreción. Hablaban del calor que hacía; de la lluvia y el sol; de los pájaros, los insectos y la tierra; o bien cambiaban reflexiones acerca de las gentes que entraban o salían de la frutería, en tanto que la pobre Manzanita se mordía los labios y se tragaba sus lágrimas en silencio.

Ya las norteñas se acababan, se agotaban; ya el frutero traía nuevas cajas repletas, con mil remilgos y cuidados, como si fueran tesoros que se echaba sobre los hombros. La Manzanita no pudo aguantarse más.

— Señor Coco… –llamó en voz baja, dirigiéndose a uno de sus más próximos vecinos, un señor Coco de la Costa, que estaba allí envuelto en su verde corteza.

— Usted que es tan duro, señor Coco –repitió Manzanita con voz entrecortada y llorosa–; que a nada le teme; que se cae desde lo alto de los brazos de su mamá, y en vez de ponerse a llorar, son las piedras las que lloran si usted les cae encima…

Manzanas criollas (pequeñas e irregulares) y las importadas (olorosas y sonrosadas) 

Esto ofendió un tanto al buen señor Coco, el cual creyó necesario hacer una aclaratoria, poniendo las cosas en su puesto.

— Es cierto que soy duro –explicó–, pero eso no quiere decir que no tenga corazón. Es mi exterior, que es así. Por dentro soy blando, tierno y suave como una capita de algodón.

— Es lo que yo digo, señor don Coco –se apresuró a conceder la Manzanita–. Yo sé que su agua es saladita como las lágrimas, y que eso viene de su gran corazón que usted tiene.

— Así es –asintió el buen Coco, satisfecho–. ¿Y qué quería usted decirme, amiga Manzanita? ¡Estoy para servirle!

— Ya usted se habrá fijado –dijo la Manzanita, conteniendo a duras penas sus sollozos– en lo que está pasando aquí en la frutería. Esas del Norte, ¡esas intrusas! ocupan la atención de todo el mundo, y todos las encuentran muy de su gusto, señor Coco, ¡señor Coooooooco!… –y la pobre Manzanita rompió a llorar a lágrima viva.

El Coco no hallaba qué hacer ni qué decirle a Manzanita. Viendo esto otra vecina, se acercó pausadamente para tratar de consolarla.

— ¡Ay, señora Lechosa! –gimió Manzanita echándole los brazos al cuello–. ¡Qué desgracia la mía!

— Cálmate, Manzanita, cálmate –le decía maternalmente la Lechosa (que era una señora Lechosa bastante madura y corpulenta).

Lechosa 
Volviéndose hacia otro de los vecinos, con los ojos húmedos –tan blanda así era–, preguntó la Lechosa:
— ¿Qué me dice usted de esto, señor Aguacate? ¿No comparte el dolor de Manzanita? ¡Usted, que parece una lágrima verde a punto de caer!

— ¡Ay, cómo no, señora Lechosa! –se apresuró a decir el Aguacate, rodando ladeado hasta los pies de Manzanita–. Mi piel puede ser dura y seca, pero por dentro me derrito como mantequilla.

En esto se desprendió un Cambur de uno de los racimos que colgaban del techo, y fue a caerle encima a la Guanábana. Pero la Guanábana no se irritó ni protestó, ni siquiera pareció darse cuenta de lo sucedido; es tan buena ella, que hasta las mismas espinas que la protegen por fuera, son tiernas a tal punto que un bebé puede aplastarlas con la yema de su dedito. Pero la Naranja también había acudido a consolar a Manzanita, y se puso amarilla de rabia –amarilla como un limón.

— Esos Cambures… –dijo desdeñosamente–. Siempre cayéndole a una encima.

— ¿Qué se habrá creído la Naranja? –refunfuñó el Cambur–. Nada más que porque es redonda y amarilla, ya se cree el Sol.

La Naranja se puso aún más encendida, como fuego.

— Nosotros somos tan amarillos como ustedes –le gritó un contrahecho Topocho pintón.

— Yo también soy amarillita –murmuró la Pomarrosa dentro de una cesta.

— Sí, sí, amarilla –rieron los Nísperos–, pero hueles demasiado, te echaste encima todo el perfume.

— No les hagas caso, Pomarrosa –le dijo al oído la Parcha–. Ésos parecen papas; están envidiosos de tu color, y porque no huelen tanto como tú.

La Parcha Granadina, la señora Badea, había llorado también, y tenía la redonda cara más lisa y lustrosa que de costumbre.

— Oiga, señora Parcha –le dijeron unos Mamones–, ¿por qué no le pide prestada su pelusilla al Durazno, y se la unta en la cara para que no se vea tan lustrosa?

— Pues a mí –dijo de repente, cuando menos se esperaba, un grueso señor Mamey–, a mí no me importa lo que le pase a Manzanita. Al fin y al cabo, esas son cosas de ella, un pleito de familia entre Manzanas. No hay que ocuparse más de esa llorona. ¡Mocosa!

Estas palabras del Mamey causaron un momentáneo desconcierto.

Miráronse las frutas unas a otras, con aire perplejo. Fue el eminente señor Coco quien, reponiéndose el primero de la sorpresa, tomó al fin la palabra.

— No, amigo Mamey –dijo sosegadamente el Coco–; yo creo que sí tenemos que ayudarla. Oiga usted, amigo –añadió bajando significativamente la voz y echando una rápida ojeada alrededor–, no sabemos lo que puede suceder mañana; ¿qué sé yo?, ¿qué sabe usted? ¡Un día de éstos pueden comenzar a llegar también Cocos del Norte, Lechosas del Norte, Aguacates del Norte, Guanábanas del Norte, Mamones, Mangos, Tunas, Guayabas, Nísperos, Parchas, Mameyes del Norte! Sí, señor, óigalo bien, señor Mamey: ¡Mameyes del Norte! ¿Y qué será entonces de nosotros? ¿De usted y de mí? ¿Y de nosotros todos?… ¡Nos quedaremos chiquiticos, frunciditos, encogiditos y apartaditos, como le pasa hoy a Manzanita!

Guanábana, de amplio consumo como fruta fresca y en la preparación de dulcería criolla. 

El rechoncho Mamey no palideció por esto; para sus adentros, se puso aún más amarillo, aunque siguió siendo marrón por fuera. Las ideas expuestas por el Coco, a las claras denotaban su elevación nada común.

En los cocales, en efecto, se mueve él a grande altura sobre el nivel del suelo; por esto se supone –o supone él– que ya desde muy lejos ve venir los acontecimientos, los peligros, y es por eso el más llamado a hablar en nombre de las frutas tropicales. Pero esta elevada posición del Coco, sin embargo, también suscita envidias y resentimientos… El ventrudo Tomate, por ejemplo, se puso rojo como un… ¡tomate!

— Yo no les tengo miedo a los Tomates del Norte –dijo, inflamado y brillante–. ¿Qué me dicen con eso? Ellos no pueden ser más colorados que yo. Además, yo no puedo ponerme contra las Manzanas del Norte, porque nosotros, los de la familia Tomate, tenemos un cierto parentesco con ellas. Mi abuelita me contaba que en algunos países nos llaman a nosotros “manzanas de oro”; de modo, pues, que…

— También yo –dijo uno de los Cambures, cortándole la palabra al Tomate–, también yo tengo cierto grado de parentesco con esas extranjeras, por el lado materno, como bien puede verse por mi segundo apellido, pues, como saben, soy el Cambur Manzano.

Unos muchachos que venían de la escuela entraron ruidosamente en la frutería y empezaron a comprar manzanas –¡manzanas del Norte, por supuesto!–. Las acariciaban, las sopesaban, las olían, hasta les daban algún beso o mordisco allí mismo, ante los mismos ojos de Manzanita, como si dijéramos en sus propias barbas. La Manzanita, que se había quedado distraída y pensativa oyendo lo que decían las frutas, como si todo se hubiera arreglado con sólo palabras, volvió a gimotear perdidamente, acordándose otra vez de sus pesares. Entonces se le acercó la Piña y se puso a acariciarla y a mimarla. Pero cada vez que doña Piña le hacía un mimo en la mejilla, Manzanita se escurría un poco hacia atrás, diciendo:
— ¡Ay, señora Piña! ¡Ay! ¡Ay!

Piña o ananás, las mejores se cultivan en los Andes 

Pero la Piña no pensaba que esto pudiera ser a causa de las escamas y las sierritas punzantes que la adornan por todos lados, sino que era a causa de la pena que seguía afligiendo a Manzanita, y que a cada instante se le hacía más viva y aguda; y continuaba acariciándola y mimándola. Mientras más ayes lanzaba la pobre Manzanita, más y mejor la acariciaba y la estrechaba entre sus brazos la buena señora Piña, haciéndola gritar más todavía.

Hasta que unas dulces Parchitas se apiadaron de ella y empezaron a decir, para distraer la atención de la Piña:
— Señora Piña… Señora Piña… Oiga lo que dicen los Mangos.
— Pues, ¿qué dicen? –interrogó la Piña, volviéndose.
— Que usted y que es agria…

Esto reavivó inesperadamente el dolor de Manzanita.

— ¡Agria la Piña! ¡Ay! –exclamó fuera de sí–. Pues ¿qué no dirán de mí? Y más ahora que han venido ésas, y que todos andan con la boca abierta de lo buenas y sazonadas que son!

— No, nosotros no hemos dicho nada de usted, misia Piña –explicaban los Mangos–. Nosotros somos frutas que venimos de gran árbol, y no nos ocupamos de frutas que viven pegadas al suelo.

— ¡De gran árbol! –rió la Piña con sarcasmo–. Pero no estamos hablando de eso, sino de gusto y sabor. ¿Y quién más dulce que yo, cuando quiero serlo? Y no olviden ustedes ¡pegajosos! –añadió levantando la voz– que están tratando con una dama de mucho copete; ¿o es que no lo saben?

El Mango soltó la risa.

— Porque lleva un moño de hojas duras en la cabeza –dijo–, ya se cree dama de gran copete.

— Yo tengo algo que es más, mucho más que copete –se oyó–. ¡Tengo corona!

Todos se volvieron, mirando a la Granada, que llevaba una corona, una verdadera y auténtica corona real, esto era innegable.

Granada, otra fruta europea aclimatada en Venezuela.

Cada vez más escasa. Antes era abundante en los jardines. 

— ¡Sí! –repitió orgullosamente la Granada–. Llevo una corona de seis picos; por consiguiente, soy la reina de las frutas…

— ¿Tú? –gruñó en seguida el Membrillo, como de costumbre tieso y reseco–. ¡Tú, que apenas estás madura y no encuentras quien te lleve, te entreabres ya sola y empiezas a pelarle los dientes a todo el que pasa, a ver si te cogen! ¡Dientona!
La Granada enrojeció mucho al oír tales palabrotas.

La señora Patilla venía acercándose hacía rato, arrastrándose como un morrocoy. Ahora llegaba, e intervino para decir, aunque algo tardíamente:
— Las frutas pegadas al suelo, como han dicho antes esos caballeritos Mangos, y yo en particular, que por mi tamaño y otras cosas puedo considerarme también reina de las frutas…
— ¡Ay, Patilla! –susurró la Piña.
— ¡La Patilla se cree reina! ¡La Patilla se cree reina! –rieron dentro de un canasto unas niñitas muy traviesas, y que tenían fama de loquillas, las Guayabas.

Ni siquiera reparó en ellas la bonachona y plácida Patilla; pero la Tuna, erizada de pelillos y aguijoncitos, parecía pronta a defenderse y zaherir, a pesar de que nadie estaba metiéndose con ella.

Manguitos de bocado, se quita la concha, se come pelao 

La frutería estaba ya cerrada hacía rato, y todavía hablaban las frutas (como si exhalaran su aroma, cada una el suyo). La Manzanita no durmió en toda la noche. Hasta la madrugada no pudo cerrar los ojos. De modo que, al amanecer del día siguiente, cuando volvieron a abrir la frutería, dormía aún, y soñaba… Estaba muerta. La Manzanita criolla se había muerto de pena y de vergüenza de verse tan chiquita, tan verdecita, tan fruncidita, tan acidita y tan durita. ¡Pobre Manzanita! Y a pesar de todo, tenía buen corazón, sí, tenía su corazón jugoso, tierno, perfumado, ella también, y la prueba es que para hacer dulce era muy buena.

Esto era lo que ahora decían todos alrededor de ella, y la lloraban y la compadecían, la llevaban sobre sus hombros y le ponían flores encima.

La llevaban a enterrar. Pero la que más lloraba en el entierro de Manzanita, la que más triste iba, era la misma Manzanita, que se tenía mucha compasión y se daba una gran lástima. El cortejo pasaba por la falda del cerro, y estaban presentes las frutas más importantes y representativas, todas las grandes frutas. Sólo la señora Patilla, entre éstas, no había podido llegar hasta allí; varias veces lo intentó, pero se vino rodando hasta el pie de la cuesta una y otra vez; allí se quedó al fin, inmóvil, sudorosa, echando la colorada lengua hacia afuera. El lento cortejo subía por la ladera; los pájaros piaban tristemente, siguiéndolo de rama en rama; murmuraban las hojas, alguna se desprendía y venía a posarse en tierra.

La neblina cubría la faz del sol.

Cuando la echaron al hoyo, cerca de un arroyuelo, hubo un formidable estremecimiento. “Seguramente disparan el cañón por mí, o se hunde el cerro” –pensó Manzanita envanecida. Llevó luego la palabra el joven Durazno, amigo de infancia y compañero de juegos de Manzanita, y todos comenzaron en seguida a echarle tierra encima… Manzanita se enderezaba, pataleaba, se empinaba en la punta de los pies; se sacudía la tierra como una gallinita en un basurero. Pero la tierra seguía cayendo a paletadas, y al fin Manzanita quedó tapada.

Ciruela de huesito, la reina de mayo. 

Cuando ya estaba enterrada, y todos se habían ido cuesta abajo, hacia la frutería otra vez, llegó por entre la tierra oscura y recién removida un gusano, y le dijo al oído a Manzanita:
— ¿De qué te moriste, Manzanita, tú tan dura?

— De dolor, señor Gusano, viendo llegar a esas ricas Manzanas del Norte, y que nadie más sentía gusto por mí –contestó ella–. Ni a los niños, ni a los pajaritos, ni a nadie le gustaba ya, ¿para qué iba a seguir viviendo?

— Mira, Manzanita –le dijo otra vez al oído el gusano–, te voy a dar un consejo. Mejor es que no te mueras todavía. Oye lo que te voy a decir: esas lindas manzanas fácilmente perecen aquí, yo lo sé, y te lo digo porque soy tu viejo amigo y porque somos los dos de aquí del cerro.

La Manzanita vio una lumbre de esperanza en aquello que le decía el gusano.
— ¿Y crees tú que se van a morir de verdad esas bichas? –preguntó con los ojos brillantes.
— De seguro que sí, Manzanita. Es el calor lo que las daña –explicó el gusano, con aire entendido y científico.

Entonces Manzanita comenzó a escarbar con fuerza la tierra que le habían echado encima, se salió afuera y se vino rodando cerro abajo hasta la frutería otra vez.

Acababan de alzar ruidosamente la reja de hierro que servía de puerta a la frutería (fue éste el estampido que oyó en sueños Manzanita), y todas las frutas lanzaron exclamaciones y gritos de sorpresa al ver entrar tan fresca y ágil a Manzanita.

— Pero, ¿cómo es eso, Manzanita? –le preguntaban todas a la vez–. ¿No te dejamos esta mañana muerta y enterrada?

— ¡Ah, sí! ¡Dispensen! –dijo Manzanita, olorosa todavía a tierra–. Pero es que he venido a ver una cosa, una sola cosa no más, y después me voy otra vez; si no es nada, me vuelvo a ir a enterrarme yo misma. Ustedes no tienen que volver a llevarme, ni acompañarme, ni volver a subir el cerro, ni echarme otra vez la tierra encima. ¡Muchas gracias! Yo misma me la echo… ¡Un momento!

Y Manzanita se hizo aún más pequeña de lo que era en realidad, al ver que ya el frutero abría las cajas. Estaba más fruncida que nunca, de miedo y esperanza a la vez, viendo aparecer los rollos de paja y de papel de seda en que venían envueltas las norteñas… Y empezaron a salir manzanas manchadas, o con puntos hundidos y abollados, o ya próximas a descomponerse… Y el frutero estaba consternado; se ponía las manos en la cabeza y hablaba para sí mismo, jurando y maldiciendo; y Manzanita iba al mismo tiempo recobrando ánimos. Al fin ya no pudo contenerse más, y corrió por toda la frutería llevando la noticia. Tropezó con la Lechosa, se montó en la Patilla, dispersó a los Mamones, empujó al Tomate, se hincó en la Piña, resbaló entre los Mangos, le dio un golpe al Mamey y un apretón a la mano de los Plátanos; diciendo entusiasmada:

Parcha gradanina o badea, sazona en junio. 
— ¡Están dañadas! ¡En un solo día de gran calor se dañan todas!

Y Manzanita reía; reía y bailaba en un solo pie.

Entretanto, el afligido frutero iba echando en una cesta sus manzanas inservibles, e iba metiendo en la nevera las que todavía estaban sanas, no fueran a perderse también, con el gran calor que hacía. Subida sobre el montón de Cocos, Manzanita se puso a mirar a través del cristal de la nevera; tenía los ojos todavía hinchados y enrojecidos por el llanto.

Miraba a las rosadas y opulentas Manzanas instaladas ahora dentro del frío esplendor de la nevera –entre Uvas y Peras–, como reinas y princesas en el interior de su palacio.

— ¡Aquí no pueden estar sino en nevera, y seguro que en su tierra no son nadie! –les dijo, mirándolas de soslayo.

Pero ya Manzanita estaba consolada, y en el fondo de su corazón, ya les estaba perdonando su belleza y su atractivo. Su ira se aplacó inesperadamente… y, en lo secreto y profundo de sí misma, un súbito vuelco se produjo…

— Después de todo –dijo al cabo de un momento, bajándose del montón de Cocos y echando otra mirada a la cesta de las manzanas desechadas–, son frutas como yo, hijas de la tierra y el sol, buscadas por los niños y los pájaros… ¡Perecederas frutas, como yo!

La fruta importada se deteriora fácilmente 


La naricilla estaba todavía lustrosa; la voz, ronca y quebrada por los sollozos. Pero lanzó un largo y hondo suspiro de pena apaciguada… Y como por encanto desaparecieron las huellas de la amargura y el rencor; y se hizo presente aquella pizca de dulzura y de frutal delicia que la Naturaleza misma también puso en la sensible pulpa de que hizo a Manzanita, el día en que la hizo… Y la alegría, la maravillosa alegría de Manzanita, estalló, de pronto, incontenible y desbordante, al sentirse, nuevamente, entrelazada, y en paz, como entre hermanas, con todas las demás frutas del trópico y del mundo…

Y la maravillosa alegría cundió por todos lados; se comunicó a todas las frutas; sus fantásticos colores refulgían, bajo el rayo del sol que las tocaba; se juntaban o se separaban sus formas, con capricho; confundíanse sus aromas en la tibieza del aire tropical. Materialmente fulguraban las Naranjas, como soles echados en montón; bailaban los Cambures, jubilantes; el Aguacate daba traspiés, su cuello largo y retorcido impedíale moverse acompasadamente; la Patilla sonaba a hueco, y se deslenguaba; Nísperos y Chirimoyas y Frutas de Pan saltaban fuera de las cestas y los sacos; los mismísimos señores Cocos Secos se echaron a rodar por aquí y por allá, con sordo ruido, exhibiendo al sol sus largos y duros pelos; y los Mamones, así como las Guayabas y las pequeñas Ciruelas fragantes y coloradas –¡cuándo no!–, aprovecharon también la confusión para ponerse a corretear por el suelo, como ratones, persiguiéndose y jugando, deslizándose entre las Piñas, escondiéndose entre las Lechosas, las Parchas o las Guanábanas. El frutero se afanaba, recogiendo aquí, atajando allá, sin saber qué pensar ni qué hacer ante aquel desbarajuste inusitado… A través del cristal de la nevera, Manzanita se sonreía con las norteñas. El rechoncho Mamey le dio un beso en la frente. El maduro Tomate le echó el brazo. ¡Y hasta las avispas y abejas que merodeaban por allí en busca de dulzores, bailaron frenéticamente unas con otras!

Desde mi verdad y con todo mi respeto este cuento me recuerda a lo que sucede en muchos países en la actualidad y en el pasado. Espero que este cuento nos ayude a modificar el presente y el futuro. 
La vida esta llena de transformaciones y algunas vienen para que sepamos ver el amor que existe en todos los sucesos, cosas y personas que nos rodean. Algunas tienen que venir de muy lejos para aportarnos enseñanzas que de otra manera no podríamos tener. Es fundamental ver como nos comunicamos si desde el miedo o desde el amor para que nuestras propias emociones nos dejen de dominar y así en vez de alejar de nuestra expresión el amor que somos, lo compartamos con los demás para permitirnos acercarnos y mostrarnos amistos@s y receptiv@s ante el miedo que pueden sentir esas personas (en este caso hortalizas, verduras y frutas) ante lo desconocido. Porque es bien cierto que cuando llegas a un sitio que no conoces, no te conocen, te puedes sentir sólo y triste.

En este cuento está la enseñanza de la energía del sello de la Tormenta del Tzolkin (calendario 13 lunas).

Desde el Tolzkin en todo este año 2018, estaremos influenciados por la energía de transformación creativa de la noche, sino leíste el cuento de esta energía aquí te dejo el enlace para que lo leas (pincha aquí para leerlo)

Desde mi verdad y con todo mi amor y respeto. 

Agradezco que dejes tus observaciones a este cuento, para ello lo puedes hacer más abajo en comentarios.
 

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FUENTES
AUTOR: Julio Garmendia 

Edades:  a partir de 12 años
Valores: Empatía, solidaridad