Villaflor era un hermoso pueblo famoso por sus flores. Las
flores se extendían por los jardines y los balcones. Había flores en grandes
macetas llenas de flores sobre las aceras y en las puertas de todos los
comercios y casas.
Un día, el pueblo amaneció sin una sola flor. Los vecinos no
podían creer lo que había pasado. Pero como no querían vivir sin sus flores,
volvieron a plantar muchas más. Pero, a la mañana siguiente, el pueblo volvió a
aparecer sin una sola flor.
- Aquí hay un ladrón -dijo el alcalde-. Y tenemos que
encontrarlo.
Los vecinos se organizaron en patrullas para vigilar por las
noches y evitar que las flores fueran robadas. Cerraron los accesos al pueblo,
para que nadie pudiera entrar o salir. Pero por la mañana, el pueblo amaneció
de nuevo con menos flores. Lo único que habían conseguido es que el ladrón no
se las llevara todas.
- Algo está claro -dijo el alcalde-. El ladrón está entre
nosotros. Y las flores que roba, también. ¿Dónde las habrá metido? ¿Es imposible
esconder tantas flores?
- Tendremos que revisar todas las casas, señor alcalde -dijo
el jefe de policía-. Si las flores no han salido del pueblo, las encontraremos,
y al ladrón también.
Pero la búsqueda no dio ningún resultado. Nadie tenía en sus
casas más que sus propias flores.
El alcalde decidió llamar a un sabio ermitaño que vivía
fuera del pueblo, en unas cuevas cercanas. El sabio era famoso por resolver
problemas extraños de formas poco corrientes.
Cuando el sabio ermitaño llegó al pueblo, ya le habían
informado de lo que ocurrido. Y se dirigió al alcalde:
- Organiza una comida popular para mañana. Debe ir todo el
pueblo. Y esta noche no mandes patrullas de vigilancia a las calles.
El alcalde aceptó, un poco extrañado. Y lo dispuso todo para
que la comida fuera un éxito.
El sabio ermitaño acompañó a los jardineros y les ayudó a
plantar las nuevas flores.
Al día siguiente, una vez más, el pueblo amaneció sin una
sola flor. Esa misma mañana los vecinos se reunieron a comer en el parque.
Pero, al terminar de comer, todos empezaron a desmayarse. Al final solo
quedaron en pie el sabio ermitaño y el jefe de policía.
- ¿Qué ha pasado? -preguntó el jefe de policía.
- Parece una intoxicación -respondió el sabio.
A los pocos minutos, la gente empezó a volver en sí y a
despertarse. Cuando todos se despertaron, el sabio ermitaño habló:
-El ladrón de flores ya aparecio. Todos os
habéis desmayado, todos menos él. Si las flores no salían del pueblo solo había
una explicación: el ladrón se las había comido. Por eso ayer rocié las flores
con el antídoto para evitar el desmayo.
- ¿Quién es? ¡Queremos saberlo para castigarlo! -gritaron
los vecinos.
- No es necesario. Solo él y yo lo sabemos. Y estoy seguro
de que no volverá a hacerlo -respondió el ermitaño-.
Desde aquel día nadie volvió a robar flores en el pueblo. El
jefe de policía, que sufría una extraña enfermedad que le provocaba una
insaciable necesidad de comer flores, se compró un terreno en las afueras,
donde puso un invernadero en el que comenzó a cultivar las flores que
necesitaba para comer.
Y así fue como Villaflor recobró su esplendor y el ladrón de
flores encontró una manera digna y honrada de solucionar su problema.
En
este cuento nos muestran que siempre hay una parte sabía en la vida que nos da la conexión que hemos pérdido y nos da la oportunidad de conseguir el perdón ajeno sin avergonzarnos ante los demás para encontrar la manera de sanar nuestras heridas con mucho amor y respeto, a la vez que la comunidad perdona a quien erró en su camino y pone las herramientas necesarias para favorecer el perdón con mucho amor.
Este cuento esta asociación el arquetipo de la Mano del Tzolkin.
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Los
creadores de estas obras aquí recopiladas nos han dado un tesoro que
perdurará en nuestra memoria y actos. Que nos ayudaran a sembrar
semillas de gratitud, alegría y bienestar entre quienes nos rodean.
Porque estar alegre nos permite compartir sin mirar con quien. Mirar la vida con los ojos de la alegría y observar sus maravillas.
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